viernes, mayo 20, 2005

COMO CARAMELITO DE MENTA ENVUELTO EN PAPEL DE LUNA

Hace unos días una amiga mencionó que una niña jugaba a muñecas en un rincón de sí misma esperando reencarnarse en otra vida para terminar de ser niña. Son palabras duras, reflejo de una infancia truncada. Cómo será una infancia así. La mía fue normalita, probablemente feliz, quien puede saberlo, no lo recuerdo, y, si preguntara a mis progenitores, sé que contestarían, Feliz para ti, pero un infierno para nosotros. Respuesta carente de inventiva, pero explícita y adecuada a la normativa vigente en materia de sentido común. La descendencia es una carga antes que un pan bajo el brazo, si exceptuamos casos como el comentado. Lo digo porque hace tiempo que conozco sus detalles más escabrosos. Esas palabras salieron de la boca de una mujer violada en su tierna infancia por el amante de turno de su madre. Hablamos de inocencia guillotinada por su propia madre para retener a hombres a su lado, y esto obliga a guardar silencio. No porque haya algo que ocultar, sino en memoria, y como protesta, de estos abusos. Tenía seis años la chiquilla, y ahora es una mujer de veintitrés. Una que no olvida, que no puede olvidar, que anhela continuar un proceso truncado, esa marca que, quiera que no, quizá la hostigue por el resto de sus días, obligándola a buscar en cada amante al padre que nunca la protegió. Uno dulce y picante a la vez. Como caramelito de menta envuelto en papel de Luna.

NOCTURNOS Y CLAROS DE LUNA

Enloquezco al recordar esas conversaciones donde las palabras se transforman en gritos susurrados entre silencios, mientras mis manos persiguen a ciegas el pan de tu cintura. Enloquezco porque nada hay más bravo, y más frustrante, que la pasión satisfecha a través de los pasos de una línea telefónica. Enloquezco porque mi imaginación, aun siendo poderosa, es insuficiente para satisfacer el ansia de manos y boca saboreando los estertores de tu humedad. Enloquezco porque los sueños disfrazados de fantasías publicitarias nunca concuerdan con la realidad. Enloquezco porque las voces inconfesables que genera tu cuerpo se hagan palpables, y el verbo se hizo carne, y, por fin, mis manos, fuera de toda duda anochecida, reconozcan la tersa fragancia de tu piel. Enloquezco por convertirme en el nombre de tu almohada y arrojar, látigo en mano, esa de látex afianzada entre tus muslos, como si creyera que pasará el resto de su inanimada vida en el mismo lugar. Enloquezco porque Chopin inventó los nocturnos antes que yo mismo, a la sombra de una Selene dormida en los brazos de su amante, y porque Debussy convirtió tus sueños despiertos en claro de Luna correteando por el piano de mi infancia.

jueves, mayo 19, 2005

ANOCHE HABLÉ CON LA LUNA

Anoche hablé con la Luna, y le conté mis penas, / y le conté las ansias que tengo de tenerte. / Anoche hablé con la Luna, y le ofrecí mis sueños, / los sueños que guardaba tan dentro de mi alma. / Me confesó la Luna, que nunca tuvo amores, / que siempre estuvo sola, llorando frente al mar. / Me dijo que la noche guardaba entre sus sombras, / el amor que las olas me quisieron robar. / Anoche hablé con la luna, me dijo tantas cosas, / que, quizás esta noche, vuelva a hablarle otra vez.

Esto cantaba Antonio Machín, allá por 1946, y algo parecido escuché de otros labios no hace mucho. La Luna sigue ahí, ¿impasible ante las fantasías ajenas? Aparte de lo conocido, de las historias que se repiten, de los títulos que rumiamos una y otra vez, ¿acaso existe algo que nos diferencie de un enorme trozo de roca girando en torno nuestro mientras nos marca un compás reproductor? ¿Quienes son más fantásticos, quienes hablan con la Luna, o quienes, sencillamente la miramos en silencio, asombrados de su inerte e inconmensurable capacidad genésica?

SUEÑOS RETRASADOS

Me dejo llevar, recreándome en lo que me arrastra. Sueño despierto, porque olvidar sería desperdicio. Por eso retraso el sueño, para recordar, para no perder un instante, real o quimera, después de colgar el teléfono. Tus palabras se repiten como eco interminable, que no aullido. Una canción baila en mi hormigonera estomacal desde el primer día, Un hombre solo, una mujer, así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada, por eso, acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Tus palabras, eco cotidiano, machacan mi sueño retrasado, Espero, dijiste, por si aparece algo mejor. Y llevas media vida esperando. Me pregunto a qué. Acaso el mito del azulito, que no del azulete. Cuál de ellos blanquea las sábanas apasionadas. Sexo, voluntad o entendimiento. Qué funciona por separado, qué va junto. No hace mucho leí un chiste que me llamó la atención por su estrategia supuestamente feminista. Venía a decir que lo importante en la vida de una mujer no era encontrar a hombres sinceros, hogareños, jodedores y divertidos, sino que una vez hallados, lo importante era que nunca se conocieran entre sí. El hogareño, el sincero, el jodedor y el divertido, cada uno por separado, como si quien inventara esta broma diera por supuesto que estas propiedades en un mismo elemento fueran utopía. La quimera del azulito. Ya sé que retraso mi sueño para saborear el instante pasado, pero me pregunto si tú retrasas el tuyo simplemente porque aun no has tropezado con él. Eso es lo que da vueltas en mi cabeza, a pesar de que se mezcla con el refranero popular. Vale más pájaro en mano que ciento volando, y, Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. Realidad, utopía. Volvemos a lo mismo. Al sueño retrasado. A su razón. Los sueños, como los vicios, son lo que son. Fumar palabras, beber palabras, comer palabras, joder palabras, soñar palabras, contar palabras, amar palabras. Maravillosos sueños retrasados. Me pregunto su orden, si es que lo tienen.

miércoles, mayo 18, 2005

LUGARES GEOMÉTRICOS




Hay lugares que están ubicados en su mapa específico, Venezuela justo ahí, donde discurre el Orinoco. Pero hay otros que ni en un mapa los encuentras, por mucho que insistas. Estos lugares, comunes para algunas personas, pasan desapercibidos para la mayoría. La geometría clásica, desde Euclides al menos, ya mencionaba los lugares geométricos, generadores implacables de moldes establecidos. El cono, sin ir más lejos. Pero Euclides olvidó que la teoría de los lugares geométricos también es aplicable a los seres humanos, aunque en medida diferente. Un punto del espacio y una recta que pase por él generan invariablemente un cono, es verdad matemática, pero otro punto y otra recta que carezcan de la coincidencia de rozarse uno contra el otro, no generan nada, porque la geometría euclidiana es inmovilista y desconocedora de la teoría de la relatividad. Esta variable distingue a los seres humanos de los volúmenes geométricos. Si una recta elude un punto determinado, implica, euclidianamente hablando, la no generación de un cono, aunque bastara con trasladar uno de los elementos y unirlo al otro. Eso es lo que hacen los seres humanos ante una situación de imposibilidad teórica. Moverse. Actuar. No quedarse parados viéndolas venir y dejándolas ir en el caos de cualquier espacio, aunque sea virtual. La realidad siempre fue palpable, en el sentido más agradable de la palabra, el de una mano pegada a un culo, sintiendo el calor del momento. Los sueños, sueños son, decía Calderón, imaginando a Teresa con las nalgas pegaditas a su entrepierna mientras recitaba aquella mística sexual que la ha caracterizado para el resto de sus biografías. En cambio, yo digo, Si, a pesar de la distancia, esta noche sientes que te tocan el culo, ya sabes quien ha sido. Fui yo. I want your sex, dice una canción, simple y llanamente. Si uno lo desea, el espacio virtual se convertirá en real. Lo malo es que los puntos y las rectas son elementos diferenciados y autónomos. Por tanto, no es condición suficiente que uno desee moverse, porque el otro también podría variar su lugar en el espacio y su estrategia de roce. La matemática, geométrica o humana, en esto de la autonomía de elementos, es implacable. Que lo pregunten a tus mapas lunares, mi querida Selene.

lunes, mayo 16, 2005

LA CONQUISTA DE SELENE


Luna lunera, cascabelera, toma un ochavo para canela, Luna lunera, cascabelera, debajo de la cama tienes la cena, rezaba una canción infantil. Las relaciones del disco de plata con la infancia, la locura, el amor, las mareas y el instinto genesiaco, reflejado en los periodos menstruales, son cosa sabida. De lunáticos, conquistadores y otros enamorados rebosa el mundo. De selenitas y embarazadas, también. Cada una con su Endimión particular. El mito de Selene oscureciendo los cielos para acostarse junto a su amado, dormido para la eternidad por la ira absurda de un Zeus cualquiera, está olvidado. La culpa de este abandono la tienen el ansia imperialista y el olimpismo a ultranza, pero también el aumento poblacional, antes que la negación del pastoreo. Quién recordará a Selene en tanto cena bajo la cama. Luna lunera, cascabelara, debajo de la cama nunca habrá cena, excepto para las cucarachas. Los cenadores son parte del romanticismo. Si Goethe hubiera vivido en nuestro tiempo, a pesar de Fausto y su inútil búsqueda de la perfección, hubiera dado un brazo por reconstruir aquellos refrigerios a la luz de la luna. Ahora se cena en lugares menos bucólicos y sin tanto diablo suelto. En la mesa de la cocina, o ante los monitores de TV y PC. Mucha fruta y poca chicha bajo fluorescentes sin mácula. La vulgaridad del esclavo moderno es patente. Soñarás con Selene, pero nunca la conquistarás. Tan alta empresa es privilegio de genios, o del Imperio y sus secuaces tecnológicos, antes que de los anhelos del común de los mortales. Usted, o yo mismo.