ANOCHE HABLÉ CON LA LUNA
Anoche hablé con la Luna, y le conté mis penas, / y le conté las ansias que tengo de tenerte. / Anoche hablé con la Luna, y le ofrecí mis sueños, / los sueños que guardaba tan dentro de mi alma. / Me confesó la Luna, que nunca tuvo amores, / que siempre estuvo sola, llorando frente al mar. / Me dijo que la noche guardaba entre sus sombras, / el amor que las olas me quisieron robar. / Anoche hablé con la luna, me dijo tantas cosas, / que, quizás esta noche, vuelva a hablarle otra vez.
Esto cantaba Antonio Machín, allá por 1946, y algo parecido escuché de otros labios no hace mucho. La Luna sigue ahí, ¿impasible ante las fantasías ajenas? Aparte de lo conocido, de las historias que se repiten, de los títulos que rumiamos una y otra vez, ¿acaso existe algo que nos diferencie de un enorme trozo de roca girando en torno nuestro mientras nos marca un compás reproductor? ¿Quienes son más fantásticos, quienes hablan con la Luna, o quienes, sencillamente la miramos en silencio, asombrados de su inerte e inconmensurable capacidad genésica?
Esto cantaba Antonio Machín, allá por 1946, y algo parecido escuché de otros labios no hace mucho. La Luna sigue ahí, ¿impasible ante las fantasías ajenas? Aparte de lo conocido, de las historias que se repiten, de los títulos que rumiamos una y otra vez, ¿acaso existe algo que nos diferencie de un enorme trozo de roca girando en torno nuestro mientras nos marca un compás reproductor? ¿Quienes son más fantásticos, quienes hablan con la Luna, o quienes, sencillamente la miramos en silencio, asombrados de su inerte e inconmensurable capacidad genésica?
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